Hablar de zero waste puede sonar a moda pasajera, como cuando de repente todos se ponen a hacer pan en casa porque está de moda, pero en realidad detrás de esta idea hay algo mucho más práctico y cotidiano. Cuando se aplica a la higiene dentro de una empresa, lo que se busca es reducir residuos al mínimo, aprovechar al máximo los recursos y evitar que toneladas de envases, productos desechados a medias o químicos mal usados acaben siendo un problema ambiental. No estamos hablando de utopías ni de fórmulas imposibles, sino de decisiones concretas que cualquier negocio puede ir aplicando poco a poco hasta notar la diferencia tanto en el gasto como en la forma en que se percibe la empresa desde fuera.
Repensar el uso de los productos de limpieza.
El primer paso suele estar en la despensa o el almacén. Muchas veces, los negocios acumulan productos de limpieza que sirven prácticamente para lo mismo. Tienes un desengrasante para la cocina, otro para el horno, otro para la campana extractora y otro para el suelo, y al final los cuatro llevan casi los mismos ingredientes. Esa manía de comprar por costumbre, sin revisar, genera un gasto innecesario y un exceso de envases que acaban en la basura. Aquí entra en juego algo muy sencillo: apostar por productos multiusos, que realmente estén pensados para abarcar varias superficies y que además sean concentrados, ya que eso significa que con menos cantidad puedes limpiar más, al mismo tiempo que se reduce el número de envases que entran en circulación. Un ejemplo muy claro lo vemos en algunos bares que han cambiado cinco productos distintos por uno concentrado que mezclan con agua en la proporción adecuada, ocupando menos espacio y generando mucha menos basura.
La cuestión está en los envases y utensilios.
Si pensamos en el mundo de la hostelería o en grandes oficinas, cada día se tiran cientos de guantes, bayetas, bolsas y envases de productos. Aquí es donde más se nota una política zero waste porque cada elección tiene un efecto multiplicador. Cambiar guantes de un solo uso por versiones biodegradables, o bayetas que aguantan decenas de lavados en lugar de deshacerse a la primera, puede parecer un detalle mínimo, pero multiplicado por meses y por la cantidad de trabajadores, se convierte en una reducción enorme de residuos. Y es que muchas veces asociamos la limpieza con tirar y reponer constantemente, como si la única forma de mantener la higiene fuese desechar todo tras un solo uso, cuando en realidad existen opciones reutilizables y seguras. Piensa, por ejemplo, en esas bolsas de tela para la compra que ya se han normalizado en los supermercados. Al principio parecían incómodas, pero ahora mucha gente ni se plantea volver a usar las de plástico solo por no ver cómo se acumulan. Con los utensilios de limpieza pasa lo mismo: cuando te acostumbras, ya no ves necesario volver atrás.
La importancia de formar al personal.
Una política zero waste no tiene sentido si solo se queda en un cartel en la pared. Hace falta que las personas que trabajan en la empresa sepan cómo aplicarla en su día a día, porque después de todo son ellas las que están en contacto directo con los productos de higiene. Algo tan simple como explicar que un producto concentrado no debe usarse puro, o que los envases vacíos se deben llevar a un punto de reciclaje específico, se nota. También conviene organizar pequeñas sesiones prácticas donde se muestre cómo se deben usar los productos y qué errores se cometen con frecuencia, porque ver ejemplos reales suele ser mucho más efectivo que leer una instrucción escrita. Es como cuando en casa alguien decide reciclar y otro no: o se suman todos, o el sistema se tambalea.
En un restaurante, por ejemplo, si parte del equipo sigue usando rollos y rollos de papel en vez de bayetas reutilizables, se pierde todo el esfuerzo que hacen otros. Aquí lo útil es convertir la política en algo práctico, explicando con ejemplos reales cuánto se ahorra y qué efectos positivos se consiguen, porque cuando la gente entiende el porqué detrás de las normas, se involucra mucho más. Además, si se les da espacio para proponer mejoras y compartir ideas, la sensación de formar parte del proceso aumenta y la motivación se multiplica.
La limpieza como carta de presentación.
Hoy en día los clientes no miran solo si un local está limpio, también se fijan en cómo se mantiene esa limpieza. No es lo mismo entrar en un baño de hotel y ver dispensadores rellenables que encontrar decenas de botecitos de plástico individuales esperando a ser tirados. Esa imagen de derroche choca cada vez más con la mentalidad de los consumidores, que están más pendientes que nunca de los gestos (y los gastos) que hacen las empresas. Aquí encaja muy bien lo que afirman desde Chiwawap, que aseguran que la clave para un futuro más sostenible en el sector pasa por apostar por productos que reduzcan al máximo los residuos y que faciliten el trabajo sin renunciar a la higiene. En la práctica, esto se traduce en amenities biodegradables, envases compostables o sistemas que permiten rellenar en lugar de desechar, y la percepción que tiene un cliente al verlo cambia radicalmente porque interpreta que la empresa se preocupa de verdad por lo que hace.
Revisar la cadena completa.
Uno de los errores habituales es pensar que zero waste significa simplemente reciclar o reducir envases, cuando en realidad abarca mucho más. Hay que revisar desde el proveedor hasta el transporte. De poco sirve comprar un producto ecológico si luego viene en cajas gigantes con embalajes de plástico innecesarios. Por eso muchas empresas empiezan a exigir a sus proveedores que también apliquen prácticas coherentes. Es un poco como cuando decides comer más sano: no vale con tomarte una Coca-Cola Zero si te vas a meter un hamburguesote entre pecho y espalda. La coherencia es lo que resulta determinante, y las empresas que realmente quieren implantar una política zero waste tienen que mirar todo el recorrido de los productos de higiene, desde que se fabrican hasta que se utilizan y, finalmente, se desechan. Esto incluye exigir envíos con menos embalajes, buscar proveedores cercanos para reducir transporte y priorizar materiales reciclables o biodegradables.
Tecnología aplicada a la limpieza.
A veces asociamos la limpieza con un proceso manual y básico, pero la tecnología también está ayudando mucho a reducir residuos. Existen dosificadores que calculan automáticamente la cantidad exacta de producto que se necesita, evitando que la gente eche “a ojo” más cantidad de la necesaria, lo cual genera tanto gasto como contaminación. También hay máquinas que convierten agua y sal en soluciones desinfectantes seguras, lo que evita tener que comprar litros y litros de químicos envasados. Son avances que quizá suenan a ciencia ficción, pero que ya se están usando en hospitales y en algunas cadenas de hoteles. Para entenderlo mejor, basta pensar en las cápsulas de detergente para lavadoras: han cambiado por completo la forma de dosificar, evitando que la gente ponga demasiado producto, y con la higiene profesional ocurre exactamente lo mismo. El detalle está en encontrar ese equilibrio entre la innovación y la practicidad, porque no todas las empresas necesitan el mismo nivel de tecnología, pero sí todas pueden beneficiarse de una cierta automatización que minimice errores.
La comunicación como herramienta.
Si una empresa apuesta por un modelo zero waste en sus procesos de higiene, tiene que contarlo de forma honesta. No se trata de llenar las paredes de carteles verdes ni de repetir palabras de moda como “eco” o “sostenible” sin demostrar nada, debe mostrar con gestos y ejemplos concretos lo que se está haciendo. Un hotel, por ejemplo, puede informar a sus clientes de que los dispensadores de jabón son rellenables y que eso evita toneladas de envases al año, o un gimnasio puede explicar que las toallas de microfibra ahorran agua y detergente en cada lavado. Esa transparencia genera confianza y, sobre todo, educa al consumidor, que muchas veces no es consciente de todo lo que hay detrás de una elección tan simple como usar una botella rellenable en vez de una de plástico. Al final, se convierte en una forma de dar valor a la empresa, no tanto como un eslogan sino como un reflejo de coherencia.
Pequeños cambios con grandes efectos.
Las políticas zero waste no siempre requieren inversiones gigantescas. De hecho, algunos de los cambios más efectivos son muy simples: cambiar el papel de secado por secadores de aire eficientes, usar dispensadores de producto en vez de botellas individuales, apostar por cubos de basura que faciliten la separación de residuos o incluso rediseñar los horarios de limpieza para aprovechar al máximo los recursos de agua y energía. Es un poco como cuando en casa decides apagar las luces que no usas: al principio parece una tontería, pero cuando lo haces cada día, notas cómo se reduce la factura. Con la higiene en empresas pasa lo mismo, la suma de decisiones pequeñas acaba teniendo una repercusión muy grande tanto en la generación de residuos como en el consumo de recursos.